CONOCERME A MI MISMO. RECONCILIARME CON MIS SOMBRAS. 1
Mis queridos lectores, vamos a iniciar un ciclo de artículos que nos ayuden a vivir con mayor gusto, armonía y capacidad de servicio. Soy consciente que con esto no descubro el átomo, pero pueden ser una pequeña ayuda. Aquí me encuentro a altas horas de la noche escribiendo en París, pero como dice el dicho… “sarna con gusto no pica”. Comencemos.
Las grandes desventuras y los grandes éxitos son experiencias igualmente valiosas, porque nos permiten vernos a nosotros mismos tal cual somos, conocer lo que está detrás de las apariencias. Leer el fondo de nuestra persona.
En este momento pensemos: ¿Cómo soy? ¿Qué quiero hacer con mi vida? Pero no como Pilatos que le preguntó a Jesús qué es la verdad y se fue antes de que el Maestro respondiera. Ya que a veces, tenemos la tendencia de huir de nosotros mismos. Ahora queremos regalarnos un momento para conocernos un poco más.
Cada tanto es bueno tener presente los sucesos memorables de nuestra vida.
Hacer una recapitulación de la propia vida. Este puede ser un buen momento. La gente tiene álbumes de fotos ya sea en papel o en el ordenador. Vamos a revisar experiencias de nuestra vida que creo significativas para mí. Haremos lo que se suele llamar el “camino del guerrero”. Se le denomina así porque es un ejercicio de disciplina e imparcialidad. Considera este resumen como un exigente y grato trabajo.
¿Cuáles son los sucesos memorables? Diría Kant, son asuntos que aguantan la prueba del tiempo. Siempre estarán en medio nuestro. Puestos a pensar, nos aparecen interminables recuerdos buenos y malos; gratos y dolorosos. Si estamos un poco depresivos nos da la impresión de que nada ha tenido ninguna importancia. Si nos hallamos invadidos por el orgullo nos parece que todo lo que hicimos fue una genialidad. La verdad es que una vida está poblada por triunfos y derrotas. Un visitador me decía… “yo sólo cuento mis aciertos”. No creo que sea la mejor estrategia para construir una vida honesta.
Notemos que al revisar estos recuerdos, pueden aparecer algunos conflictivos o dolorosos. No nos asustemos. A veces uno puede descubrir limitaciones en nuestra educación ya que nos han criado para no manifestar nuestros sentimientos. O potenciaron un sentimiento negativo: el miedo. Y encima a muchas cosas. A veces encontramos que tenemos verdades incómodas. No siempre actuamos “tan bien”. Incluso, a veces hemos sido muy torpes. Pero esa es nuestra verdad.
Vamos a darnos permiso para sentir.
Démonos el permiso para que surjan las emociones. No podemos negarlas, ni postergarlas, ni ponerlas entre paréntesis como diría el fenomenólogo Edmund Husserl. Es más, es sano sentir por uno. Sonreír, emocionarse o llorar por hechos de nuestra vida. Pero además es valioso sentir por los demás. Sus alegrías, sus penas, sus fracasos. Sentir nuevamente el mundo de los pobres. Porque en nuestra vida, lo realmente terrible es ser insensible. Hay que pedirle a Dios poder volver a sentir. Uno no es un psicópata, que no siente. Pero podemos tener algún rasgo psicopático. Quizás, en nuestros años de formación, desarrollaron algunos rasgos. La psicopatía nos hace incapaces de sentir empatía. El producto final es que uno tiene severas limitaciones emocionales. A veces podemos llegar a creer que no sentir nos da superioridad sobre los otros… pero la verdad es que una severa limitación. Por ejem. Si uno lastima a otros en la vida familiar, pastoral o laboral y no siente mucho remordimiento por ello, ¡Ojo! No es una actitud para vanagloriarnos. Me impresiona que podamos tener estas tendencias a pesar de rezar frecuentemente, a pesar de tener una apariencia pulcra y civilizada, a pesar de tener un título académico. ¿Estas tendencias están en mí? Y lo más importante ¿Se pueden sanar? Creo que sí, reconstruyendo lo afectivo. Recuerden como San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl nos invitan a retomar el mundo afectivo. Como todo, esto es algo progresivo. Desconfío de los cambios veloces. Por eso apuesto por el cambio gradual. Una pequeña ayuda, a veces la música nos puede ayudar a conectar con el mundo emocional.
Autoconocimiento como autoencuentro.
Una vez abierta la puerta que permite manifestar armónicamente mis emociones queremos conocernos un poco más. Queda claro que, si este proceso está bien hecho, nos capacita para servir mejor a los demás. El desarrollo de la personalidad pasa por tres niveles o estadios: el estadio de la verdad, el del amor y el de la comprensión. Los tres son necesarios y la evolución de uno no anula al otro:
El estadio de la verdad. Gracias a la meditación, nos hacemos conscientes de ciertas energías que permanecían reprimidas hasta ese momento. Me conozco mejor, me veo con mayor realismo. Esta verdad tiene una parte que me gusta al ver mis valores. Pero hay otra que no me gusta tanto, al ver mis limitaciones y maldades. Para seguir creciendo deberé comprender que tengo luces y sombras. Ese soy yo, esa es mi verdad. Aceptarlo y ver lo que todo ello significa para mí. Que aprendizaje me deja.
El estadio del amor. La aceptación amorosa y comprensiva transforma mi deficiencia en un potencial positivo. Se ha producido una desintoxicación, permito que la luz penetre en mi interior. Mi personalidad es ahora más completa, dispone de más recursos. Puedo ser amigo de mí mismo. Así, podré cumplir mejor las tareas de mi vida. Veo con mayor claridad cuál es mi relación con el resto del universo. Intentaré aportar mi talento con el fin de colaborar con la comunidad y con los pobres. Esto me conduce a una profunda agudeza y delicadeza para conmigo y los demás.
El estadio de la comprensión. Hemos visto que todo esto requiere un esfuerzo personal. Cada uno debe determinar la forma, el lugar y la envergadura que utilizará en los procesos de crecimiento. Que el esfuerzo resulte efectivo no depende tanto de nuestros deseos como de que centremos nuestra atención en las zonas problemáticas de nuestro ser. Cuanto más reflexionemos sobre nuestras deficiencias, animados por el deseo de superarlas, más cosas se acomodarán en nuestro interior. Si además, nos abrimos a la oración, la misericordia de Dios nos ayudará. Aprenderemos a ser comprensivos con nuestra propia historia, pero también a ser benevolentes con los demás. Esto nos dará coherencia y clemencia. Hay una frase de Baruch Spinoza que lo expresa bien: “No hay que burlarse, ni lamentarse, ni detestar, sino comprender”.
Ahora bien, no es posible forzar la propia evolución dejando a un lado o reprimiendo nuestras pulsiones: la agresividad, la sexualidad, la curiosidad, la alegría, el instinto lúdico y la necesidad de proximidad. A través de la meditación podemos reducir nuestras reacciones automáticas ante determinados estímulos. Pero no podemos suprimir la fuente que alimenta esos mecanismos. Esto convierte el crecimiento en un constante ejercicio de equilibrio. Todas las puertas del madurar están abiertas, pero sólo podemos traspasarlas con la ayuda de la voluntad y la afectividad, siendo conscientes de nuestras limitaciones. No es necesario ni posible que resolvamos todas nuestras estructuras inarmónicas al mismo tiempo. Para empezar, bastará con identificarlas y con saber que están ahí. Repito, para que se dé esto, es necesario asimilar nuestro pasado.
Tengamos presente que el poder sin el amor significa la muerte. Pero habitualmente el amor sin poder es bastante ineficaz. Digo esto, porque esto proceso nos da un cierto poder vinculado al amor. Esto nos permitirá cambiar a una persona: a uno mismo. Y si adquirimos cierta maestría, podremos ayudara a cambiar a los demás.
Mirar nuestro lado luminoso.
Una imagen completa implica ver nuestros dones y capacidades. Observar los momentos en que fuimos fraternos y solidarios. Nuestros tiempos de idealismo. Las veces que nos jugamos por los demás. Ver nuestros éxitos y aciertos en lo intelectual, en lo relacional, en lo físico. Esos momentos donde logramos resolver problemas propios, donde dimos una mano a los demás. Las veces que fuimos creativos. Profundizar sobre este tema nos llevaría a otras cuestiones que exceden el espacio de este artículo. Pero baste con manifestar que es positivo reconocer nuestros dones.
Mirar nuestras sombras.
Lo sabio es no creerse superiores a los demás. Por algunas circunstancias nos hemos librado de ser gente ruin, aunque algunas áreas nuestras sigan siendo problemáticas. Notemos que la gente espera de los cristianos que seamos buena gente y eso es lo que debemos ser. Uno no va a esperar de un policía que sea un narcotraficante, aunque algunos lo son… pero no debieran. La psicología profunda nos dice que todos tenemos un lado oscuro: egoísta, burdo, hipócrita, desmedido, desagradecido, superficial, adicto, etc. Real o potencial; incipiente o extendido. A veces descubrirlo nos asusta o nos avergüenza. Hay que animarse a ver nuestras depresiones, nuestros abatimientos y desalientos. Nuestra incapacidad de manifestar nuestros sentimientos. Nuestro infantilismo, nuestros problemas psicológicos. Nuestras épocas de indolencia. Incluso, los enojos con nosotros mismos, que suelen ser vivencias que no nos perdonamos. ¿Recuerdan algunos?
A estos aspectos se los llaman sombras. Es la cara “oscura” de nuestro ser enterrada en nuestro inconsciente y que preferimos ignorar. Son aspectos de nosotros que no nos gustan. Son elementos que podríamos describir como negativos, destructivos, violentos, caóticos y hasta perversos.
Uno tiende a eliminar de la conciencia todo lo que se opone a nuestro yo idealizado. Los reprimimos, sin dejar que vea la superficie y así queda desconectados de la conciencia. Al hacer esto, no nos permitimos conocernos plenamente, ni sanarnos. Quizás llevamos una vida pública buena, pero otra subterránea con resultados desastrosos. Esto es más frecuente de lo que se cree. Y los cristianos no somos la excepción. Podemos ver también cómo algunas personas a las que se estima como buenos y cabales, que actúan como autoridades dentro de la familia vicentina o en la Iglesia, pueden ser al mismo tiempo personas de las más rencorosas, críticas y crueles hacia quienes no les caen en gracia. El poder permite que esas sombras salgan a la luz con mayor impunidad. Por eso es importante buscar transformarnos.
De no hacerlo, caemos en lo que se conoce como una personalidad dividida. La sombra que no ha sido reconocida continua estando presente e ir minando la cara buena y luminosa. Si esto no se frena, las sombras pueden hacer que nos lastimemos y que lastimemos a otros. El rencor, la crítica y la crueldad, en varios casos, son el resultado de los esfuerzos por negar el aspecto oscuro de su propia existencia, que acaba siendo proyectado sobre aquellos que asociamos con nuestras sombra. Se “buscar chivos expiatorios”, proyectando en algún sujeto identificable la culpa que quizás cometió, pero sobre todo condenando en el otro lo que nuestra sombra querría hacer (o hace). Incluso, digo algo aún un poquito más fuerte, los más astutos lo hacen ya que es mejor que miren la maldad ajena así no descubren la mía. Esto es sencillamente terrible o hipócrita o enfermo. Como vemos, el aspecto negativo reprimido va acumulándose hasta salir a la superficie de una forma desordenada, causando estragos en la persona y en la sociedad.
Todos tenemos algún aspecto sombrío, pero la tarea es verlas e integrarlas para que no me dominen. Viene a mi memoria el libro El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde novela escrita por Robert Louis Stevenson, publicada en 1886. Se basó en un sueño. Percatémonos que la Inglaterra victoriana era un caldo de cultivo para estos estragos psicológicos. Como pasa hoy en muchos grupos represivos. La cuestión es que el libro es conocido por ser una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que hace que una misma persona tenga dos personalidades con características muy opuestas entre sí. Es el trastorno disociativo de la identidad, donde los aspectos buenos y malos de una misma persona se encuentran actuando en diferentes planos desconocidos uno para el otro. El libro concluye diciendo “el bien y el mal están en todos”. Creo que de alguna manera todos tenemos a estos dos personajes, aunque no en un grado tan extremo. ¿Cuál está creciendo en nosotros? Esperemos que crezca el lado positivo. Pero no sólo eso, sino integrar nuestra parte arisca o antisocial para desactivarla.
Todos queremos ser personas valiosas. Aunque a veces no encontremos el camino. Por eso hay un yo de las resoluciones de Año Nuevo que generalmente no se cumplen. De algún modo nos “auto boicoteamos” o nos ahogamos en la costa. El error está en elegir un camino equivocado para desterrar mis sombras. Me aclaro, al no querer que se vean mis aspectos sombríos ya que amenazan mi imagen ante lo institucional, lo que hago es esconderlo con más fuerza. Esa actitud refuerza la sombra. Ya que ella actúa con cierta autonomía inconsciente. El lado enfermo y doliente encierra la sombra. Pero esa sombra con frecuencia se manifestará en la “superficie”. Un modo bastante característico son los sentimientos exagerados respecto a los otros. También aparece en lo impulsivo, en lo que me avergüenza. En mis enojos desmedidos hacia los otros. Otra manera de revelarse son en las urgencias y virulencias que con los impulsos vienen a mí. Cuando se vuelven incontrolables entonces pueden causar mucho daño.
Conocerse a sí mismo y reconciliarse con las sombras.
La buena noticia es que la sombra se puede sanar. Encontrar mis sombras puede llevar tiempo y observación. Uno debe percibirse. A veces la gente nos dice alguna de ellas, con caridad o sin ella. Es cuestión de escuchar… y escucharnos. Volvemos aquí al sabio consejo: “conócete a ti mismo”. Que también implica conocer mis sombras. Aceptar mi Apolo y mi Dionisos. De manera que mi sombra asumida no sea destructiva. Jung decía que la sombra es peligrosa si no le prestamos atención. Es por eso que el primer paso para encauzar lo negativo es reconocerlo. Asimismo debo advertir cuando estoy proyectando mi sombra sobre los otros. “El ladrón cree que todos son de su condición” es ni más ni menos la proyección hecha refrán popular. Al advertirla, no proyectarla y entender lo que me quiere decir, estoy sanándome, e incluso puedo potenciar la imaginación creativa. Un ejemplo, en una situación peligrosa, el valiente no es el que no siente miedo (que aquí sería una sombra), sino el que actúa aun sintiéndolo. Lo reconoce, asume y actúa. Si no sintiera nada de miedo sería un temerario. Hay que animarse un tanto a esta aventura.
Señalamos que conocernos y reconciliarnos con nosotros mismos implica ser capaces de ver que hay un aspecto de sombra en nuestro ser y aceptar ese aspecto como una parte nuestra. Integralas no significa ceder a las fuerzas negativas y destructivas de nuestro ser. Implica ver todo nuestro ser, escuchar nuestras dimensiones más profundas. Para constatar que en las dimensiones más hondas encontraremos un lado bueno y luminoso con el que nuestro narcisismo se identifica, pero también veremos cara a cara lo caótico, lo destructivo, la negatividad que también habita en mí. La cuestión es animarse a escuchar que me están pidiendo. Tan solo el reconocimiento y la aceptación de nuestras sombras puede hacernos completos, íntegros y reconciliados. Esa sombra tratada va a disminuir, se va a encauzarse en algo positivo.
Todas las enseñanzas espirituales proponen momentos en la vida que nos ayuden a la curación. Su finalidad es mejorar con uno, con los demás, con la creación y con Dios. La práctica de la meditación madura y perseverante permite vivir con mayor transparencia los aspectos luminosos y oscuros de nuestro ser. Meditando ordenadamente, la cara luminosa y la sombría se encuentran. Nuestra sombra es reconocida, asumida, nos responsabilizarnos de ella y la aceptamos para cambiar lo que se pueda. Pero conocida, deja de manejarnos inconscientemente.
Incluso más, no toda sombra es terrible. Depende cómo se las maneje, algunas pueden convivir con nosotros. Esto nos permitirá vivir más reconciliados con lo humano. Varias de lo que en otras épocas se llamaban “conductas inadecuadas”, hoy sabemos que no lo son. Siempre es mejor y más sana la gente que no esconde su humanidad. La humanidad bien vivida no tiene porqué avergonzar a nadie. En esta meditación contrarrestamos las sombras que son actitudes destructivas, que lastiman la caridad.
Como cristianos queremos hacerlo mirándolas junto a la mirada clemente de Jesús. Los monjes medievales sabían designar los peligros que les amenazaban. Lo expresan en su descripción con la lucha contra los vicios capitales, una realidad que todos nos hemos de plantear. Experimentamos que hay en nosotros muchas cosas que intentan apartarnos de nuestro camino hacia Dios y del servicio al pobre. Hay impulsos, deseos ávidos, necesidades encubiertas, afán de poder, emociones negativas que nos hacen ciegos para ver la realidad o el dolor ajeno. En realidad, no se puede ir a Dios y servir al marginado sin plantearse esos impulsos y emociones. Tenemos que reconocerlos y tratarlos. Incluso es sano poder hablar con algunos amigos experimentados, generosos y sapientes acerca de nuestras sombras. Cuando los deseos y los afectos se ordenan no molestan en nuestro esfuerzo por abrirnos a Dios y dejarnos transformar por el Espíritu Santo.
Es igual el nombre que demos a las dificultades que nos apartan de Dios y de la lucha social a favor del excluido. Lo decisivo está en enfrentarnos con estas dificultades y no caer en la tentación de no prestarles atención o reprimirlas. Luchar con todo empeño por una transparencia y apertura para que nuestro corazón se abra al amor. Una vez que asumo mis sombras y las “evangelizo” potenciaremos los rasgos de conexión y relación, cooperación y compañerismo, apoyo y cuidado.
Algunas tareas para profundizar la meditación.
Es cierto que les dejo un pequeño trabajo, pero esta tarea no es beberse el mar. No es tan grave ni tan imposible. Además, al final siempre salimos ganado de conocernos un poco más. Veamos: 1) Recorrer los rasgos memorables de tu vida. Haz dos listas, lo positivo y lo negativo. 2) Desde esa lista, ve tus luces para agradecer y tus sombras para mejorar. 3) Presentáselas a Jesús. 4) Intenta reconciliarte con dos de tus sombras.
Bien mis queridos lectores, pasaron varios días hasta concluir este artículo. Hoy terminé temprano ya que debo ir a cenar con un amigo. Comida donde no faltará el vino que produce un afable contento. Como siempre, nos vemos en el próximo artículo.
[1] Cf. CASTANEDA, Carlos. Las Enseñanzas de Don Juan. Fondo de Cultura Económica 2014; CASTANEDA, Carlos. Viaje a Ixtlán. Fondo de Cultura Económica. 2018; ZWEIG, Connie. Encuentro con la sombra: el poder del lado oscuro de la naturaleza humana. Kairos. Barcelona. 1993; JUNG, Carl Gustav. Psicología y alquimia. Buenos Aires. Santiago Rueda. 1989; MOTTO, Andrés. Vida de Filósofos y Filosofía en el Renacimiento. París. Amazon. 2018.
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