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Clases de Justicia.

Mis eficaces y respetados lectores les cuento que este artículo lo escribo desde Buenos Aires. Justo pasaba unos días por mi patria y aquí me detuvo la cuarentena preventiva a la que se somete toda la población, debido a la aparición del coronavirus. Tratemos que el encierro no se convierta en fatiga que se refleje en toda la casa, tampoco que se convierta en aburrimiento ni incomodidad. Sugiero, entre otras cosas, sumirse en trabajos que nos resulten interesantes. Como creo que buscar es mi signo, me entrego a la investigación como una forma de vivir en plenitud. Les invito a acompañarme en esta aventura.

Seguiremos meditando acerca de la justicia, virtud clave para el bienestar de la sociedad. ¿La justicia se la puede dividir en diversas clases? Sí. Pero no hay que verlas como opuestas sino como complementarias. Tradicionalmente se las divide en cuatro, aunque más modernamente se habla de cinco. Veamos una por una.

1. JUSTICIA LEGAL.

Es aquella parte de la justicia que nos lleva a cumplir lo que expresa la ley. Es una dimensión básica de la justicia: cumplir la ley. Los cristianos debemos cumplir las leyes civiles y también las religiosas. Es cierto que una ley se estructura de acuerdo al derecho. Pero la virtud de la justicia es el fundamento del derecho. Quiero decir que una ley debe estar inspirada por cosas más profundas que el derecho, aunque se expresan a través de él. El derecho, bien entendido, debe servir a la justicia. Si estas dos realidades están en sintonía, la ley positiva es una de sus explicitaciones.

El gobernante organiza la sociedad a través de buenas leyes. Estas leyes permiten que se logren las complejas exigencias del bien público. A su vez, un pueblo educado y con desarrollo ético, acepta de buena gana cumplir las leyes. Así coopera en la construcción del bien común.

Como ven, el sentido general de la ley es conse­guir la armonía social. Establece, para ello, deberes y derechos para que la población sea feliz. La justicia legal se preocupa del bienestar de toda la población. En principio, es el Congreso o Parlamento quien elabora la ley. En algunos países los Congresos son bicamerales, diputados y senadores, en otros países es unicameral. El Poder Ejecutivo también puede proponer leyes, puede alentar o desalentar el tratamiento de algunas leyes.

En épocas de crisis puede dictar leyes con bastante autonomía del Congreso, pero esto es de desear que no dure mucho tiempo. Es cierto que un país debe tener buenas leyes, pero de poco sirve si no se cumplen. Para ello actúa el Poder Judicial, así como las fuerzas policiales y de seguridad. Pero no nos olvidemos algo valioso. Las cosas marcharán mejor en cuanto el pueblo más conozca las leyes. Esto implica que el pueblo se incorpore a los debates de la ley, su tratamiento se siga por los medios de comunicación, se difunda la ley y su espíritu, se explique y enseñe. Recuerdo una respuesta terrible que me dio una alumna de Derecho de la Universidad Católica Argentina: «Pero profesor, si el pueblo conoce la ley y la cumple, nosotros nos quedamos sin trabajo. Precisamos que el pueblo la desconozca y la trasgreda». Gracias a Dios, hay muchos otros abogados que no piensan así.

¿Puede haber leyes injustas? Tristemente sí. Puede pasar que los legisladores se equivoquen, porque no saben del tema y se asesoran mal. Peor aún, pueden hacer leyes injustas por amor al dinero. Pueden hacer o votar leyes injustas para recibir dinero de quienes la patrocinan. A decir verdad, esto se ha dado muchas veces y degradada a cualquier hombre o mujer que entra en la política.

Es cierto que en toda ley hay un costado subjetivo. Pero algunas veces es muy obvio que están hechas con espíritu de explotar al pueblo, con deseo de mantener privilegios, con voluntad de excluir a otros, etc. Cuando estamos discutiendo sobre la justicia o injusticia de una ley, queremos decir que estamos superando la pura dimensión jurídica y ascendemos un escalón, vamos a un debate que incluye la valoración ética. Esto, teniendo en cuenta la triangulación del saber, donde todos los saberes se «inter polinizan». Es decir, una ley puede estar bien votada, en cuanto procesalmente todos sus pasos fueron respetados. Pero puede ser injusta en el sentido que esta ley va contra la virtud de la justicia o no tiene relación con ella. Cuando pasamos a este ámbito, se puede decir junto a Carnelutti (¿Quién lo conoce?), que la justicia es como la belleza: probablemente posea algo de divino, pero nosotros tratamos de encerrarla en la forma humana.

Entre los autores romanos, Cicerón afirmaba que la ley ética natural «no puede ser abolida o eliminada por ningún voto del Senado o por cualquier plebiscito…» Confucio sentenciaba a su vez: «Cuando una obligación natural se halla en conflicto con la ley política, debe seguirse la primera». Las leyes valen en cuanto son justas, como los billetes valen en cuanto son verdaderos (y cuánto dólar falso está dando vuelta por ahí). Dicho nuevamente, una sentencia es legal cuando se conforma a la regla del derecho. Pero la regla del derecho ¿cuándo es justa? Cuando se inspira en la virtud de la justicia. Ahora bien, creo profundamente que cuando una ley es injusta, sea civil o eclesiástica, debemos movilizar la participación ciudadana para que cambie. Esto lo vamos a continuar al hablar de la justicia social.

2. JUSTICIA CONMUTATIVA.

La justicia conmutativa es aquella que regula las relaciones de los ciu­dadanos entre sí. Se rige por los contratos formales o sobrentendidos que hacen las dos partes. Se basa en el principio de igualdad. De modo que el que da y el que recibe entienden que se ha cumplido una cierta igualdad. Por ejemplo, voy al Restaurante Ibérico, en Av. Córdoba 1399, Buenos Aires. Pido pollo con ensalada. La comida estaba rica, fresca y sana. Al traer la adición, el precio es el que dice en el menú. Por mi parte pago educadamente lo que se me pide. Finalmente, nos despedimos amablemente. Aunque no lo hagamos conscientemente, ambas partes hemos cumplido la justicia conmutativa.

Como ven, por la justicia conmutativa, las personas recibimos mutuas utilidades. Si a esto le agregamos un toque de respeto y educación, viendo al otro siempre como un fin y no meramente como un medio, como diría el buen Kant, la cosa sale «redonda». A esto ha de unirse la obligación de observar los contratos cuando han sido establecidos en forma justa. La justicia conmutativa regula también las relaciones entre los individuos y las instituciones particulares. Por ejemplo, recibir buena educación y pagar la cuota en un centro de educación privada.

Pueden darse cuenta, que si esta justicia marcha bien, la vida en sociedad se hace muy amable. Si esto falta, se instala la cultura del reclamo, (que le da de comer a los periodistas). ¿Me da un ejemplo de faltar a la justicia conmutativa? Como no, alguien manda a arreglar su computadora u ordenador. El que la repara se la entrega mucho más tarde de la fecha indicada, le pone un repuesto usado y le cobra el doble del dinero convenido… la cosa esta mal. Y si el que le paga le abona con un cheque sin fondos… ¡la completamos!

Dentro de la justicia conmutativa se estudia también la restitución. Cuando nos quitan algo, la restitución implica poner una cosa de nuevo con su propietario.[2] Para ser claros: se lo devuelve. La restitución es la solución cuando una persona se apropia y retiene un bien contra la voluntad del justo dueño, como es el caso del robo o del hurto (robo sin violencia). También se debe restituir lo que se ha pedido prestado. Lamentablemente, hay gente que pide sin voluntad de devolver. O que dice «préstame», pero en el fondo piensa «regálame» y se inventa cualquier excusa para no devolver, «total él tiene dinero», «y que quieres, no pude», dice esto mientras pide otra pizza con cerveza. El pedir prestado y no devolver es fuente de mucho conflicto en las familias y ha terminado con amistades. Un refrán dice «el que presta dinero a un amigo, pierde dinero y pierde amigo». Es cierto que mucha gente pide y devuelve en tiempo y forma. Esa gente es justa. Pero si me aceptan un consejo, traten de pedir prestado lo menos posible.

También los Estados deben restituir cuando han cobrado de más o se han quedado con los depósitos de la gente. La restitución implica, por tanto, devolver lo suyo a su propietario y hacer una reparación por el daño realizado. Con esto se trata de resta­blecer el equilibrio y la igualdad de la justicia. En definitiva, la restitución atiende a lo que es debido; busca devolver al legítimo propietario los bienes ex­teriores que le han sido sustraídos injustamente.

Vinculado con la restitución está la satisfacción. Ella supone la restitución, pero agrega el valor de buscar un mayor equilibrio, en cuanto busca enmendar las actitudes que acompañaron a la injusticia. Evidentemente, que esto exige un grado de conversión por parte del ladrón o sustractor.

Como vemos, la justicia implica el respeto a los bienes ajenos. Elemento que la tradición judeocristiana asumió en el séptimo mandamiento:

Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno es contrario al sépti­mo mandamiento. Esto es, retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio, pagar sala­rios injustos, elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas. Son también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer variar artificialmente la valoración de los bie­nes con el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno; la co­rrupción mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación y el uso privados de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal hechos, el frau­de fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el despilfarro. Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas es contrario a la ley moral y exige reparación (CIC 2409).

3. JUSTICIA DISTRIBUTIVA.[3]

Es la parte de la justicia que reparte los deberes y beneficios según un criterio proporcional a los méritos y a las necesidades de cada individuo. ¿Quién reparte? La autoridad. Ya sea pública o privada. A veces lo hace muy bien y otras… ¿A quién reparte? A todas las personas que están bajo su responsabilidad. Para un Estado serían todos sus ciudadanos. Doblemente cuando, además, ellos trabajan como empleados estatales. ¿Qué reparte? (cuántas preguntas). Asigna los bienes y las cargas de la sociedad. Aquí, la autoridad Estatal es especialmente responsable de distribuir justamente los bienes de una nación. Aprender a distribuir es un difícil arte, que implica inteligencia, misericordia, prudencia y amor por la justicia. Muchas quejas surgen se distribuye mal, repito, ya sea en el campo público y privado. Por ejemplo, El Estado les da más dinero a los Gobernadores de su partido que a los de la oposición ante las mismas necesidades. Un Visitador nombra superiores a sus preferidos aunque sean menos inteligentes que una baldosa, etc.

4. JUSTICIA SOCIAL.[4]

Es aquella parte de la justicia que busca lo que le corresponde al hombre de acuerdo con su dignidad, modificando el mínimo que frecuentemente concede la ley. Esta dimensión de la justicia tiene muy en cuenta el bien común. De modo que a través de la justicia social, toda la sociedad se ve movida a promover el bien.

La justicia social supera y modifica a la justicia legal. Como decía Montesquieu en el siglo XVIII «Una cosa no es justa porque sea ley». Les pongo un ejemplo de cambio de leyes. Durante muchos siglos se vio la esclavitud como algo «normal». Y esto en muchas culturas. De modo que la justicia legal la admitía. Era legal tener esclavos. La abolición de la esclavitud, generó otra ley, la que la prohibía. Esto es un logro ético de la justicia social. Otras veces, la justicia social no cambia una ley, pero la actualiza. Por ejemplo, al concederle a los trabajadores incrementos en sus sueldos o mejoras en su lugar de trabajo.

2. JUSTICIA CONMUTATIVA.

La justicia conmutativa es aquella que regula las relaciones de los ciu­dadanos entre sí. Se rige por los contratos formales o sobrentendidos que hacen las dos partes. Se basa en el principio de igualdad. De modo que el que da y el que recibe entienden que se ha cumplido una cierta igualdad. Por ejemplo, voy al Restaurante Ibérico, en Av. Córdoba 1399, Buenos Aires. Pido pollo con ensalada. La comida estaba rica, fresca y sana. Al traer la adición, el precio es el que dice en el menú. Por mi parte pago educadamente lo que se me pide. Finalmente, nos despedimos amablemente. Aunque no lo hagamos conscientemente, ambas partes hemos cumplido la justicia conmutativa.

Como ven, por la justicia conmutativa, las personas recibimos mutuas utilidades. Si a esto le agregamos un toque de respeto y educación, viendo al otro siempre como un fin y no meramente como un medio, como diría el buen Kant, la cosa sale «redonda». A esto ha de unirse la obligación de observar los contratos cuando han sido establecidos en forma justa. La justicia conmutativa regula también las relaciones entre los individuos y las instituciones particulares. Por ejemplo, recibir buena educación y pagar la cuota en un centro de educación privada.

La justicia social es la sección más novedosa de las clases de justicia que hasta ahora vimos. Asimismo, es más moderna que las anteriores. Tiene una concepción más personal y comunitaria, reivindicando el carácter «profético» de la justicia misma. Su gran promotor fue Pío XI quien refiriéndose a ella señaló que «es propio de la justicia social exigir a los individuos todo lo necesario para el bien común» (DR 52).[5]

Como decía Juan Pablo II, la verdade­ra justicia social es «encuadrar los intereses particulares en una vi­sión coherente del bien común» (CA 47). Por eso, la justicia social exige movilizar a la sociedad toda, para que busque promover el bien de todos. «Las instituciones públicas deben acomodar a toda la sociedad humana a las exigencias del bien común» (QA 110). Esto debe vivirse en todos los niveles, tanto a escala nacional como internacional. En este último campo se han de evitar los exagerados nacionalismos, que siempre perduran de una u otra forma en cada pueblo. Estos nacionalismos quieren todos los beneficios para el propio pueblo dejándole «migajas» a los extranjeros.

La justicia so­cial tiene una relación estrecha con el amor al trabajo; la distribución equitativa de las riquezas; con la buena remuneración del trabajo; con la lucha en contra del desempleo; con la recta distribución de las rentas; con la opción preferen­cial por los pobres; y con permitir el acceso a la propiedad privada al mayor número posible de personas.

La justicia sólo puede conseguirse respetando la dignidad humana, fin de la sociedad. Respeto por la persona que se traduce en la inclusión social. Por eso deben vencerse las desigualdades escandalosas que están en contradic­ción con el Evangelio y en contra de las exigencias de la justicia misma:

La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas des­igualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional (GS 29).

5. JUSTICIA RADICAL [6].

No es tanto una clase de justicia, sino una «actitud». Sería la pasión por la justicia. Es el trabajo sabio y constante para que la justicia sea respetada tanto en la vida pública como en la privada. Es velar por la integridad de la justicia, sabiendo que ello produce igualdad entre los ciudadanos, genera el amor constante y una paz tenaz. Se opone a todo fraude, impostura, embuste, engaño y explotación. Libra una constante y dura batalla contra quienes explotan al pueblo. Es muy de desear que toda la Familia Vicentina sea promotora de la Justicia Radical.

Que la defensa y promoción de la justicia esté fijada con clavos dentro de nuestras convicciones más sólidas. Si las personas dignas defendiéramos la justica con radicalidad, caerían por tierra el orgullo, la avaricia, la acepción de personas, los favoritismos y los viles negociados.

La política orientada por la justicia radical ha de evitar todo parcialidad de individuos y grupos. Una ayuda para ello es que el ordenamiento le­gislativo garantice una defensa jurídica eficaz. También es necesario un sistema de convivencia política donde todos participen; así como el fomento de una rica sociedad civil. Es de suma importancia, que esta justicia impregne toda la actividad económica, para que la gente se sienta feliz del país donde vive.

La justicia radical ha de evitar las faltas que van contra la justicia: como boicotear los proyectos de ley equitativas porque perjudican los intere­ses particulares; el no pagar impuestos; el voto sin considerar quién es el más apto; el soborno a los funcionarios; los gastos superfluos, etc.

Termino el artículo junto con el mate. En Argentina me sabe más sabroso que cuando lo bebo en París. Creo que debe ser el agua. Bueno, dejo el mate de lado y les hago unas preguntas para profundizar el tema.
1. ¿Cumplo las leyes? ¿Cuáles me cuesta más?
2. ¿Cumplo mis compromisos en tiempo en forma? ¿Tengo cosas que no he devuelto o le debo dinero a alguien?
3. ¿Me preocupan los temas sociales? ¿Busco junto con otros promover leyes que puedan resolver la pobreza?
4. ¿Distribuyo bien o me quedo con la mejor parte? 5. Como nos pide el papa Francisco ¿Buscamos ser justo en todo, incluso con el planeta, trabajando a favor de la ecología?

[1] Cf. FRAEDRICH, J., FERRELL, L., & Ferrell, O. «Justice». En FERRELL, J. F. Business Ethics 2009; ALEGRE, M. Igualdad, derecho y política. México. Fontamara. 2010; ARANGO, R. La justicia como imparcialidad. Barcelona. Paidós. 1997; CAMPBELL, T. La justicia. Los principales debates contemporáneos. Barcelona. Gedisa. 2002.

[2] Cf. SANTO TOMÁS, Sth 1, q.62 a. 1

[3] Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (CIC) Nº 2236.

[4] Cf. CIC 1928-1948.

[5] Podemos señalar, como antecedente, que el carácter de bien social de la justicia ya había sido desarrollado por Francisco de Vitoria en su teoría sobre el derecho internacional. El cual, a su vez, se inspira en el pensamiento y praxis de la Iglesia de los primeros siglos.

[6] Cf. SEN, A. La idea de la justicia. Madrid. Taurus. 2010; SINGER, P. One World: The Ethics of Globalization, New Haven. Connecticut-Londres. Yale University Press. 2002; TILLY, C. La desigualdad persistente. Buenos Aires. Manantial. 2000.

Comentarios

La Justicia.

Antes de comenzar a escribir me detuve a mirar el escritorio que he heredado en mi pieza de París. Tiene una mancha de tinta negra, donde se formaron casualmente como dos alas. Bueno, comencemos mate en mano. Nos preguntamos ¿Cómo puedo ser mejor? ¿Cómo puedo ayudar más a los otros? ¿Cómo hacer para evitar que los demás sufran? Una manera muy efectiva es viviendo la justicia.

NOCIONES BÁSICAS.

Sabemos que el concepto de justicia se fue construyendo lentamente en la historia de la humanidad. Fundamentalmente ha recibido el aporte:

1) Judeocristiano. Señaló que era necesaria para una vida social digna. También, la presenta como una realidad querida por Dios. Especialmente por la enseñanza de Jesús, quedó vinculada con la caridad.
2) Griego. Trabajó su carácter de virtud cardinal.
3) Latino. De donde recibe su impronta jurídica.
4) Anglosajón. Le dio un talante de adaptabilidad y de consenso.
5) Ilustración. La vinculó con la tolerancia y la entendió como ejercida por y para la mayoría.
6) Socialista. La emparentó con la igualdad.
7) Cristiano Latinoamericano. La relacionó con la gratuidad y la pensó como una realidad que va más allá de la retribución exacta.

La justicia es una virtud que permite actuar de acuerdo con nuestra naturaleza racional y comunitaria. Podemos definir a la justicia como la voluntad firme y constante de dar a cada uno lo que le corresponde.[2] La justicia regula los derechos de las personas que viven vinculados con sus semejantes.

En la sociedad, cada uno de sus miembros son, al mismo tiempo, sujetos de derechos y de deberes.

Además, esta la justicia se la vive en múltiples campos: 1) entre personas particulares; 2) entre particulares y grupos sociales; 3) entre la sociedad y sus miembros; 4) entre diversas sociedades.

Como virtud, ella es un hábito operativo bueno. Es una realidad dinámica. Por tanto, se puede decir de la justicia lo que Martín Fierro decía del vicio «nunca termina donde comienza». Debemos trabajar para ser con el tiempo, cada vez más justos. Esta aspiración es muy sana. Ser cada día una persona más justa, que es como decir ser una persona más digna y honrada. Créanme, que los demás nos lo agradecerán porque la justicia es crucial para que la vida en sociedad merezca ser vivida. Notemos que muchos de los reclamos sociales que se hicieron y se hacen, son pedidos de mayor justicia.

La justicia se basa en relaciones de igualdad o al menos de proporcionalidad. Lo propio de ella es regular el comportamiento de la persona con los otros. Esta virtud mira fundamentalmente a la relación, más que al sujeto. Me explico: me puedo emborrachar sólo en mi pieza y falto a la templanza. Sólo falto a la justicia, si le robo la botella al otro o se la parto en la cabeza. Juntando los vidrios, seguimos. Como dijimos, la justicia se construye desde elementos bilaterales: 1) La alteridad. En la justicia siempre un sujeto se vincula con otro sujeto. 2) La cosa objetiva. Se es justo en relación con un elemento al que se tiene derecho o que me es debido. Uno puede exigir algo cuando lo reconoce como realmente suyo. 3) La igualdad. Para que la justicia sea realmente digna del hombre, debe tender a la máxima universalidad. Evitando todo tipo de acepción de personas, de discriminaciones o de privilegios que dañen al conjunto del bien común.

La intensidad con que puedo demandar algo depende del grado de legitimidad que tenga sobre ello. Agrego que hay muchas necesidades que no son exigibles por estricta justicia, sino por amistad, amor o sentido común. Por tanto, habrá otra manera de peticionarlas.

Muchas veces no es fácil descubrir qué es lo justo. A muchos nos habrá pasado y varias veces. Normalmente se llega a descubrir lo que es justo en varias situaciones después de dialogar mucho. Con lo cual vemos que la justicia es propia del mundo del diálogo. Para poder ver claramente que es lo que le corresponde al otro y que es lo que me corresponde a mí.

Sabemos lo complejo y difícil que es la opción por la justicia. La historia de la humanidad es, en buena medida, una secuencia de injusticias que una parte de las personas le ejerce a las otras. Analicemos ciertas dificultades y veamos si hay alguna salida. No siempre es fácil combinar libertad y justicia. Una libertad sin límites es imposible, nos puede llevar a una vida estéril, caótica o peor, cruel. Por el contrario, una igualdad a fuerza de negar libertades individuales termina siendo una cárcel. Además, y esto es complicado, puestos a pedir, las personas podemos llegar a no tener límites, a perder la objetividad o negar los derechos ajenos. Todos llevamos un déspota dentro.

También hay otro problema, que es la justicia de los medios. Acontece con frecuencia que las personas, luchando por ideales justos, emplean estrategias injustas: artimañas, falsedades y maldades.

En definitiva, la realidad es que muchos no poseen lo que merecen y son numerosos los que tienen lo que nos les pertenece. Aquí incluyo a las persona que cobra un sueldo sin apenas haber ido a trabajar.

Sabemos lo complejo y difícil que es la opción por la justicia. La historia de la humanidad es, en buena medida, una secuencia de injusticias que una parte de las personas le ejerce a las otras. Analicemos ciertas dificultades y veamos si hay alguna salida. No siempre es fácil combinar libertad y justicia. Una libertad sin límites es imposible, nos puede llevar a una vida estéril, caótica o peor, cruel. Por el contrario, una igualdad a fuerza de negar libertades individuales termina siendo una cárcel. Además, y esto es complicado, puestos a pedir, las personas podemos llegar a no tener límites, a perder la objetividad o negar los derechos ajenos. Todos llevamos un déspota dentro. También hay otro problema, que es la justicia de los medios. Acontece con frecuencia que las personas, luchando por ideales justos, emplean estrategias injustas: artimañas, falsedades y maldades. En definitiva, la realidad es que muchos no poseen lo que merecen y son numerosos los que tienen lo que nos les pertenece. Aquí incluyo a las persona que cobra un sueldo sin apenas haber ido a trabajar.

Alguno me puede preguntar: ¿Pero realmente hay justicia? La historia, ¿no es en realidad su tragedia? ¿No es una cadena de hechos por los cuales el egoísmo, la violencia y la mentira han puesto en riesgo y han destrozado buena parte de la humanidad y del planeta? Es cierto, esto ha pasado y sigue pasando en bastantes zonas del planeta. Pero debemos seguir esforzándonos por su realización, especialmente en el mundo de los pobres. Incluso, entiendo que como Familia Vicentina, la manera más noble de expresar una vida creyente es viviendo la caridad y la justicia.

Vivir la justicia. No comencemos por niveles muy altos. Comencemos viviendo la justicia en lo cotidiano: en casa, en el trato con los amigos, en la oficina, el taller, con los compañeros de la asociación. Justicia que empieza en que hagamos a cada cual aquello que le corresponde, conforme a nuestras posibilidades. Lo cual incluye el respeto, la atención, el hacer las cosas con eficiencia, etc. También implica aceptar que los otros sean diversos y tienen derecho a particularidades mientras no afecten al Bien Común.

Como señalamos, vivir la justicia en casa, el trabajo y las amistades, ya es algo muy valioso. Pero no podemos limitarnos a eso ¿Podemos llevarlo al gran mundo? Sí, vivir la justicia con los pobres, en la Iglesia, en la política partidaria, en lo internacional. Sí, podemos y debemos llevarlo a esos ámbitos. Recuerdo que mis primeros años de sacerdote iba mucho por San Miguel y José C. Paz. Me acuerdo que era difícil transitar por las calles: asfaltos que no se hacían, otros eran de pésima calidad y estaban las vías llenas de baches, algunos parecían «cráteres», daba la sensación de estar transitando en Sarajevo después de un bombardeo. Cuál era el origen de estos males: la corrupción y la desidia política.

Por tanto, pongamos nuestro esfuerzo en implantar la justicia: lo cual se traduce en buena alimentación para todos, situaciones adecuadas de trabajo para todos, posibilidades de buena educación, etc. Entonces habremos ganado mucho. Siendo realistas, sabemos que a veces estas luchas legítimas se entremezclan con el afán de poder, con el desprestigio del adversario, incluso con el delito. Siempre digo que la justicia es una virtud tan valiosa que con que ella se respete en parte, un país marcha bien. Si se la respeta cada vez más, se llegará a cuotas muy agradables de convivencia. Creo que en esto, nuestra fe cristiana nos puede ayudar a buscar una justicia más plena, más depurada, más exenta de búsquedas personales mezquinas.

l decir, una mirada religiosa no quiere decir que los dirigentes religiosos sean el parámetro por ser dirigentes religiosos. De hecho conozco obispos, visitadores, superiores, dirigentes laicos, pastores evangélicos, obispos protestantes que son personas muy injustas. Por el contrario, San Vicente de Paúl es un referente válido porque fue una persona que supo asumir cada vez más la virtud de la justicia. Siendo la caridad y la justicia su guía.

Preguntas para meditar solo o en grupo. Si es en grupo, podemos hacer rondas de preguntas para que cada uno las responda.

1. ¿Cómo se vivían las relaciones de justicia en tu casa y en tu escuela? ¿Cuáles eran sus fortalezas y sus debilidades.
2. ¿Das a cada persona lo que le corresponde?
3. ¿Tienes alguna acepción de personas?
4. ¿En qué luchas por la justicia estás comprometido?
5. ¿Qué cosas cambiarían en nuestro planeta si las personas nos esforzásemos por vivir en la justicia?

En próximas entregas seguiré escribiendo sobre la justicia. Ahora voy a limpiar mi habitación que está un tanto desordenada … ¿Dónde habré dejado el matafuegos?

[1] Cf. CAMPS, Victoria. Virtudes Públicas. Madrid. Espasa Calpe. 1990. 15-30; SABATER, Fernando. Ética como amor propio. Madrid. Mondadori.1989.

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Moral Social.

Un enorme saludo a todos los que creemos que un mundo mejor socialmente hablando es posible. Por mi parte, les comparto un completo manual de Moral Social Cristina. Las iré presentando en pequeñas entregas. Les aviso que lo haremos desde una óptica vicenciana y apuntando a un cambio sistémico. Trataremos de hacerlo de un modo profundo y riguroso, pero también agradable y ágil. Es decir, que les guste y que les sea útil.

Hay tantos problemas sociales! Así que espero que la lectura de algunos de estos temas les ayude a encontrar algunas soluciones para los problemas que enfrentan. En esta introducción vamos a comenzar por lo básico

¿QUÉ ES LA MORAL SOCIAL?

Ante todo, es una parte de la Teología Moral. Ella estudia cómo debería ser la manera óptima de convivir en una sociedad. Es una reflexión que lleva la intención de provocar decisiones que mejoren la convivencia.

Estas páginas las escribiré como sencillas meditaciones para ayudar a mejorar la vida y la convivencia. Ya que estoy convencido que no es posible cohabitar de espaldas a la ética, ya que la vida humana es constitu­tivamente moral. Me explico, un proyecto de vida, individual o colectivo, se configura ne­cesariamente en torno a unos ideales, a unos valores, que, finalmente son buenos o lastiman a los demás. Toda persona se pregunta en algún momento de su vida, ¿Esta bien o está mal lo que estoy haciendo?

Avanzamos. Al referirnos a la moral social pensamos en algunos fundamentos para plantear la sociabilidad. Por de pronto, es claro que biológicamente somos primates gregarios. Además, nuestra naturaleza racional ha fortalecido la convivencia, al descubrir todos los bienes y beneficios que nos permite el estar juntos. Digámoslo claramente, la persona humana es básicamente social. Las relaciones huma­nas no son un añadido. Ellas nos hacen lo que somos, formándonos gradualmente. Pongo algunos ejemplos: tener amigos, enamorarse, formar una familia, ser parte de una asociación, militar en un partido político, entrar en una familia religiosa, ser parte de una nación, de una asociación, son formas de unión con otros. Es cierto que el grado de intensidad que uno quiere darle a esta convivencia varía bastante de una persona a la otra. Y uno debe aceptar varios modelos válidos de convivir. Personalmente soy de trabajar grupalmente, pero también tengo varios rasgos solitarios, gracias a los cuales puedo dedicarme a investigar.

Ahora sumo un tema que desde adolescente me llamó la atención. Creo que las diversas formas de convivencia deben estar fundadas en la virtud y en los valores. Es un tema clásico, lo sé. No creo que a la virtud haya que cambiarle de nombre para que siga siendo un concepto válido. Su uso ya está instalado y sería más problemático un cambio de nominación. No tengo la vocación kantiana de cambiar los nombres de los conceptos básicos, con todo lo que respeto a Kant. Aunque sí se puede potenciar la propuesta ética con otras reflexiones morales. No creo que la virtud haya perdido su eficacia, si las tratamos actualizada y correctamente. Con lo dicho, vamos al primer tema propiamente dicho.

BASES DE LA MORAL SOCIAL: VIRTUDES PÚBLICASY FELICIDAD.[1]

En mi habitación de París, pensé bastante con qué fundamento comenzar. Tomé mate y caminé un poco por la sala. Así que me decidí a comenzar por las virtudes, pero no cualquiera, sino las públicas. Qué es la virtud? Es un hábito que me ayuda a obrar bien. Ellas mejoran nuestro actuar. Son necesarias para que algo llegue a alcanzar un grado de bondad satisfactoria. La práctica de la virtud permite al ser humano crecer en humanidad. Crecer en virtud, es crecer en humanidad. Así nomás. Por lo que concierne a lo social, las virtudes públicas mejoran la coexistencia.

Se habla mucho de educar en y para la excelencia. Este leguaje a veces resulta un tanto ambiguo. ¿De qué excelencia se habla? Personalmente, creo en la excelencia de la virtud, la cual nos encamina a uno de los bienes más enorme: la Felicidad. La cual no se limita a un bien individual. Por ser la persona naturalmente sociable y por plenificarse en la donación, la felicidad asume notas comunitarias. Lo digo por la contraria: el bien propio no puede vivirse como antagónico al bien del prójimo; ni se puede ser feliz a costa de la felicidad ajena. Dando un paso más, la felicidad implica el esforzado trabajo por incluir al otro en los beneficios.

Esto no quita que la felicidad tiene además, una dimensión personal individual. La cual, es legítima buscarla. Ésta puede asumir elementos más individuales. Les pongo un or ejemplo, navegar puede dar un contento enorme a una persona y hacer bostezar a otra. Todas las formas de felicidad pueden ser válidas… siempre y cuando respeten a la persona humana y al Bien Común. No hay duda que hay una amplia libertad en el campo individual. Es más, es positivo que en el siglo XXI se promuevan mayores espacios de privacidad e independencia. Hasta ahí todo bien.

Retomo el tema de que la felicidad tiene dimensiones más comunes. En general, las cosas que a las personas le hacen felices son bastante similares entre unos y otros. Señalo algunas: haber logrado el amor en la vida; tener amigos; tener una actividad laboral que le guste, sentirse útil, expresar su creatividad; ser fecundos teniendo y educando a los hijos; descubrir la verdad; ayudar a los otros; lograr un régimen político que sea justo y sano; conocer lugares y personas; disfrutar de la belleza; trascender; sentir placer; vivir en paz; encontrarse con Dios; estar sano; tener los bienes suficientes; etc. Ustedes cuál agregarían? No digo que una sola persona se sienta atraído por cada una de las cosas mencionadas, ya que depende de muchos factores. Pero después de años y años de trabajar con mucha gente, he captado que lo que anhelamos suele andar más o menos entre las cosas mencionadas. De las enumeradas, remarco las que más directamente incluyen a los otros, ya que todos tenemos una dimensión pública irrenunciable, grande o pequeña. Es más, a la sociedad no le hace bien que la ciudadanía se despreocupe de lo público.

Ahora les bajo de este mundo ideal que les venía proponiendo, si uno mira la historia, descubre que la humanidad tiene más problemas que espinas tiene un besugo. ¿Cómo revertir esto? Creo que si los ciudadanos adquirimos paulatinamente el amor por la virtud, los demás esfuerzos por encauzar la sociabilidad serán más asequibles. La sociedad no mejora solamente por agregar códigos o deberes, por aumentar las penas, por apelar al sentido del deber, a la emoción o por mostrar la utilidad que conlleva el no quebrar la ley. Todo lo dicho es necesario. Pero debemos apuntar a instaurar la satisfacción de obrar de acuerdo con la razón y el amor. Subrayo, el carácter positivo de la virtud. Esta se manifiesta en la serena alegría que siente el individuo al abrirse al otro, al ayudar, al involucrarse frente a los problemas de un individuo o de un grupo, más allá de los renunciamientos que suele exigir. Esto nos da el gozo de saber que estamos actuando de acuerdo con la dignidad humana. Permítanme compartirles un recuerdo: Tenía 10 años. Estaba en mi ciudad natal, Luján, en Argentina. Mi familia colaboraba con un taller para personas con síndrome de Down. El taller se llamaba «Juan XXIII». Solían hacer cajas de cartón para colocar luego camisas. Una tarde el pedido era muy grande y no daban abasto. Así que fuimos a colaborar haciendo nosotros también esas cajas. Recuerdo que pasé una tarde muy agradable, sentí que estaba haciendo algo bueno, algo que ayudaba a alguien. Esa noche me fui a dormir con una gran sonrisa…

Por tanto, apuntemos a fortalecer las virtudes públicas, primero porque ellas están bastante deterioradas en buena parte de la tierra y hay que recomponerlas. Segundo, porque su olvido lástima grandemente la convivencia. Tercero, porque tristemente una parte de los Medios de Comunicación potencia la tendencia morbosa en descubrir «escándalos» referentes a la vida privada, desinteresándose de lo público. Tendencia favorecida por celulares, drones y demás aparatología. Cuarto, en nuestro siglo XXI, el mundo vive una intensificación en la homogeneidad de las costumbres: solemos encontramos las mismas modas, así como parecidos tipos de comida, de corte de cabello, de vestimenta, de viviendas, de realizar una fiesta… Las modas se viralización, se globalización o se imponen. Sin duda, esta globalización tiene aspectos positivos y negativos.

A veces se globaliza preponderantemente el estilo de vida de los países hegemónicos. O se globalizan posturas xenófobas o violentas. Puestos a globalizar, como Familia Vicenciana que mejor que difundir las virtudes que mejoran la manera de convivir.

Quinto, (ya me enredé con la cuenta), la práctica de las virtudes públicas favorece la vida democrática. Si ella es el gobierno del pue­blo y para el pueblo, la virtud ayuda a encauzar la voluntad popular. Entendemos que gobernar es promover la virtud del pueblo. Al hacerlo bien, incluso se fortalece la benignidad de los gobernantes. Lo sé, la mayoría estamos cansados de la corrupción en la política, donde parece que la política fuera el arte de defraudar.

Soy Latinoamericano y este es un mal lo he visto, lo he padecido y me ha empobrecido. Para colmo, lo he soportado casi toda mi vida. Esta saturación que muchos sienten… es justificada y necesaria.

El peligro es caer en la resignación, la apatía o peor aún, pensar que la corrupción es imposible de resolver. Eso es lo que quieren los inmorales. Pero si la corrupción impera pueden pasar varios males: 1) Usar la democracia para explotar al pueblo; 2) Reemplazar la democracia por formas dictatoriales (y anacrónicas) de gobiernos. Que suelen instaurar otros males, bastante peores, entre ellas, la falta de libertad y autonomía. Además, son difíciles de remover ya que se apoyan en la fuerza mortal de las armas. Esto vale tanto para dictaduras de derecha como de izquierda. Piensen en algunas… Sexto, porque, así como es necesario exigirle al Estado mayor empeño y solidaridad a favor del Pueblo, la virtud también nos recuerda que cada ciudadano tiene el deber que vivir los valores sociales de manera que la justicia social se logre.

Para tener una actuación plausible en la vida pública destaco algunas virtudes que potencian la vida en sociedad. Antes de comenzar con el próximo tema de algunas virtudes concretas hago una pausa, camino por la habitación, y de paso, al mirarme al espejo me di cuenta que me puse el suéter al revés.

Les dejo algunas preguntas que pueden responder solos o en grupo. Si quieren pueden enviarme las respuestas a mi e-mail que está abajo de todo. Prometo no hacer un avioncito con ellas:

1. Te cuesta convivir? ¿En qué áreas?
2. Enumera 10 cosas que te hacen feliz.
3. ¿Cómo ves la situación política social de tu país? Si puedes, señala tres elementos positivos y tres negativos.
4. Cuáles son las virtudes más necesarias para mejorar lo político social?

[1] Cf. CAMPS, Victoria. Virtudes Públicas. Madrid. Espasa Calpe. 1990. 15-30; SABATER, Fernando. Ética como amor propio. Madrid. Mondadori.1989.

Comentarios

La Solidaridad.[1]

Extrañados amigos y amigas, en este artículo vamos a investigar una nueva virtud, la solidaridad. La definimos como la voluntad firme y constante de trabajar por el Bien Común. Ahora bien ¿Cómo surgió este concepto? ¿Somos realmente solidarios? ¿La Biblia nos puede ayudar a crecer en solidaridad? Comenzamos…

Las bases filosóficas y teológicas del término.

Las bases filosóficas y teológicas del término. En Francia el uso del término «solidaridad» se extiende a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Augusto Comte (1789-1857) utilizó este concepto con cierta frecuencia. Lo usaba en un sentido muy amplio, especialmente para referirse a la vinculación de una cosa con la otra. De este modo, hablaba de la solidaridad entre la ciencia y el arte o la solidaridad (vinculación) entre la moral y la teología.

También empleó el término «solidaridad» Pierre Leroux (1797-1871). El concepto aparece en su libro La humanidad, escrito en 1840. Con la expresión solidaridad quiere proponer un término que sustituya a la caridad cristiana. La visión negativa que él tiene de la caridad, quizás se debiera a ciertas «caricaturas» que se vivían en su época con respecto a esa noble virtud. Por ejemplo, numerosas personas reducían la caridad a una limosna hacia los más pobres, que no cambiaba el fondo de una sociedad desigual. Esta forma devaluada de caridad no aspiraba ni se comprometía con una reforma política seria.

Desarrollaron extensamente el concepto de «solidaridad» un grupo llamado los solidaristas. Sostenían una doctrina política. Su principal pensador fue León Bourgeois (1851-1925). Aseguraba que el liberalismo económico había traído grandes males, en buena medida, por haber propuesto una sociedad donde lo económico solamente vinculaba a los privados. Tampoco le convencía el socialismo, donde la unidad general es parcial, ya que planteaban la lucha de clase. Aunque parezca que a este hombre «nada le venía bien», es sólo una apariencia. Bourgeois, basándose en los hallazgos de la sociología naciente, resaltaba la concepción de la sociedad como un organismo. Llega así a la noción de interdependencia social. Desde esta idea fundante, propone una actitud que llama «solidaridad». La solidaridad es un principio que sostiene la interdependencia entre los distintos miembros de la sociedad. Esto conlleva una serie de deberes mutuos. La solidaridad permite superar la simple buena voluntad particular. Para ser efectiva, la solidaridad debe ser encauzada a través de una organización planificada. No debe dejarse en manos de un espontáneo y pasajero buen sentimiento.

La teoría social de Emilio Durkheim (1858-1917) se inscribe como prolongación de la doctrina política del solidarismo. En Acerca de la división del trabajo social, Durkheim se muestra favorable a la práctica de la solidaridad. Ella promueve un conjunto de comportamientos que aseguran la cohesión y la continuidad de la acción colectiva de la sociedad. Además, propone una ley evolutiva acerca de la solidaridad. La primer forma de solidaridad es mecánica o por semejanza. Luego se pasa a una solidaridad orgánica o por diferenciación de roles, correspondientes a las sociedades complejas modernas. Para Durkheim la solidaridad orgánica es la más eficiente.

Ahora bien mis camaradas, para que esta reflexión no quede tan francesa, veamos a un famoso filósofo estadounidense Richard Rorty (1931-2007). Este maestro de la ironía, no acepta que existan justificaciones últimas ni verdades totales. Para Rorty no existe otra cosa más allá del tiempo y del azar para establecer una jerarquía de responsabilidades. Estrictamente, no hay una teoría que permita fundamentar que la crueldad es horrible. A pesar de lo dicho, él apoya la existencia de un mundo solidario. ¡Menos mal! Pero el fundamento de la solidaridad está en la imaginación. La solidaridad humana «…no se alcanza por medio de la investigación, sino por medio de la imaginación, por medio de la capacidad imaginativa de ver a los extraños como compañeros en el sufrimiento».[2] Es decir, es mejor proponer una sociedad solidaria y fraterna que mezquina y cruel.

Si retrocedemos un poco en el tiempo, notemos que había escuelas de pensamiento cristiano católicas que venían trabajando, no tanto la palabra, pero sí la noción de solidaridad. La cual implica una serie de acciones benéficas organizadas que repercutan en la vida social. En este grupo podríamos citar, entre varias, a la Escuela de Salamanca y a ciertos pensadores vicencianos. Retomando la teoría tomista de la misericordia, la analizan desde propuestas cercanas al concepto de solidaridad. Así, de la Escuela de Salamanca citamos a Domingo De Soto en su libro Deliberación de la causa de los pobres. Señala que tanto en el trono de Dios como en los estrados de los gobiernos se sientan juntas las virtudes de la justicia y la misericordia.

Y en ambos lugares, la misericordia es la que más resplandece. Esto lleva a proponer acciones solidarias. Desde lo vicentino, cada vez vemos con más claridad que caridad y misericordia van unidas. Las cuales hacen surgir acciones y estructuras de ayuda al pobre de forma permanente y estable. Como vemos, en ambas escuelas, la caridad misericordiosa toca el compromiso social y debe ser organizada. Pasado el tiempo, el pensador cristiano católico alemán Heinrich Pesch (1854-1926) trabajó explícitamente el concepto de solidaridad. Estas ideas tienen buena acogida entre los teólogos polacos, que no todo es chucrut en la vida. Ellos querían alejarse del colectivismo marxista sin caer en el individualismo liberal. Poco a poco estas ideas llegan a Pío XII, siendo Juan Pablo II quien más la trabajó en su pensamiento social. Es decir, un concepto cercano a la caridad social pero que incluye más directamente las búsquedas humanas.

2) Muchos realidades son opinables p. ej. la política partidaria; los gustos y las preferencias Por tanto, no tiene sentido agredir al que tiene otra opción, hasta es ilógico sostenerlo. Por ej. Hay países donde las personas se golpean por pertenecer a un equipo de fútbol diferente. Pero la verdad es que si todo el mundo fuese de un solo equipo, se acabaría el fútbol. «Elemental, mi querido Watson».

3) La verdad es objetiva, pero los seres humanos tenemos sólo una parte de ella. Sumemos que muchas veces nos equivocamos en nuestros juicios o conceptos. Por tanto, las afirmaciones se deben proponer con gran humildad. Sostengo que la verdad es objetiva (aunque mucha gente no lo comparto, lamento desilusionarlos, pero es mi convicción). Ahora bien, el hombre la suele hallar progresiva y evolutivamente. La verdad se «da a luz» lentamente.

Bases Antropológicas.

Nos podemos preguntar: ¿La persona humana es capaz de trabajar por el Bien Común? ¿Somos capaces de ayudar realmente al prójimo? Es cierto que la historia de la humanidad está tan llena de gestos solidarios como insolidarios. Las producciones del ser humano nos admiran y nos aterran. Nadie discute que multitud de personas llevan una vida insolidaria o poco solidaria. También es cierto que admiramos a muchísimas personas que desarrollan con perseverancia obras solidarias. ¿Qué sería lo más frecuente? Creo que lo más común es encontrar seres humanos que desarrollan su vida entre algunos gestos solidarios mezclados con pequeñas mezquindades. Y quien no quiera creerlo, que vaya a verlo.

Desde esta realidad, creemos que pedirle a los hombres y a las mujeres que sean solidarios, es posible y plenifica su capacidad relacional. Incluso, el juicio de la historia termina siendo elogioso hacia aquellas personas que se han destacado por su solidaridad. Es decir, la humanidad reconoce lo mejor de sí, en las personas solidarias.

Desde lo humano, la solidaridad se vincula al sentido de fraternidad. Nuestra estructura biológica nos determina como primates gregarios, donde la cohesión es necesaria para la supervivencia. Es cierto, que la convivencia en seres racionales y libres implica búsquedas muy amplias: sociales, económicas, religiosas, políticas, afectivas, culturales, etc. A veces, algunas de ellas entran en conflicto con otras. Ahora bien, la tendencia hacia la solidaridad se fortifica en cuanto hay elementos culturales y educativos que la refuercen. No es tan espontánea. La historia demuestra que los hombres van creando estructuras e instituciones que les permiten dar a los indigentes las ayudas pertinentes. Es decir, generalmente los países evolucionan al resolver los problemas de sus miembros más vulnerables: ancianos, niños, enfermos, desempleados, etc. Este es un dato histórico fuerte, aunque se debe reconocer que estos avances no son lineales, ni mucho menos. Hay retrocesos y degradaciones. Por ejemplo: Con frecuencia, la gestión a favor de los ciudadanos en riesgo deja mucho que desear. Asimismo, es común encontrar sectores de la población que abusan de los subsidios y desearían ser mantenidos «for ever and ever».

Más allá de todas nuestras contradicciones, señalemos que la solidaridad surge cuando el ser humano es capaz de descubrir la «asimetría» de las relaciones humanas y busca transformar en parte o totalmente estas desigualdades.

La solidaridad busca el bien de todos los sujetos humanos, particularmente, de aquellos que más sufren. Sobre esta base antropológica, se construye la ética de la solidaridad. Es evidente que hay situaciones humanas que potencian la desigualdad entre las personas (enfermedad, accidentes, minusvalías, ancianidad, etc.); entre grupos y naciones (fraudes, explotación, opresión, usurpaciones, etc.).

La ética de la solidaridad trata de introducir el bien moral en estas condiciones asimétricas, buscando una cierta igualdad. Es decir, mueve al prójimo, individuo o grupo, para ayudar a esa parte de la humanidad que está en desventaja.

Vienen a mi memoria dos ejemplos sobre este tema. Uno bueno: El sacerdote lazarista Bernardo Landaburu. Era el párroco de la Basílica de Luján cuando hice mi Primera Comunión. Era un hombre culto y equilibrado. Que trataba de un modo equitativo a la diversidad de personas que asistían al Santuario. Y siempre muy respetuoso hacia el pobre. Uno ejemplo negativo: recuerdo cuando tenía 9 años en Luján, regresábamos de clase del colegio de Hermanos Maristas. Cruzábamos la plaza Belgrano y una sorpresiva y violenta tormenta nos estaba mojando terriblemente. Éramos tres chicos. Llega en coche el papá de uno, era la familia con más dinero de mi curso. Hizo subir a su hijo y nos dejó a nosotros dos en medio de la tormenta.

BASES BÍBLICAS.

Aunque en la Biblia no exista el término «solidaridad», encontramos realidades afines, como son la búsqueda de la justicia junto al ejercicio de la misericordia. Las enseñanzas bíblicas invitan a ayudar al prójimo, máxime si aparece débil y desamparado. Estamos llamados a ayudar a la persona necesitada. En el Antiguo Testamento, la ayuda mutua se verifica ante todo en el ámbito del «pueblo elegido», aunque paulatinamente se va abriendo a un amor que abarca al extranjero.

En el AT se pide ayudar al prójimo que precisa y no abusar del prójimo que esté en necesidad (Cf. Ex. 22,20-26; Lev. 19, 13-18; 32-33). Debemos acercarnos y ayudar al desechado, al necesitado, al lejano. El «otro», que vive en el dolor y la ignorancia debe ser liberado, esta es una clave interpretativa de la historia de la salvación. Dios se manifiesta en la reivindicación del oprimido.

En el Nuevo Testamento, con Jesús el amor llega a la más plena universalidad, teniéndose particular solicitud por el hermano en dificultad. El Reino de Dios irrumpe mediante la salvación del pobre y Cristo se hace presente en el necesitado. Jesucristo aparece como el ejemplo de actitud solidaria. Con su acto libre de entrega a los demás de manera definitiva, se convierte en el hermano de todos, el hermano universal. Al mismo tiempo, al hacernos hijos de Dios por adopción, nos da una vocación de fraternidad global. Hay una lógica del amor cristiano de la que es garante el Espíritu Santo: para llamar a Dios Padre, debo tratar a los demás seres humanos como hermanos y hermanas (Cf. 1Jn 4,20).

La opción preferencial de Jesús hacia los pobres, se convierte para los hombres y mujeres de buena voluntad en criterio de acción ética. Esta es una motivación suficiente para una existencia solidaria. El creyente tendrá compasión afectiva y efectiva, en relación con los menos favorecidos.

Del significado bíblico-teológico expuesto es fácil deducir la función de la ética cristiana: el amor se convierte en una categoría moral de primer orden para mejorar la vida de los miembros sufrientes de la sociedad. La solidaridad es una exigencia de la caridad. La solidaridad se construye sobre estas bases:

1) La comunión basada en la fraternidad universal y en la filiación divina.

2) La toma de posición a favor de los marginados. Esta «toma de partido», permiten poner en práctica la comunión. Esta opción radical a favor del pobre, nos llevará casi siempre a discusiones con sectores cristianos conservadores o partidarios de un liberalismo extremo que les molesta la solidaridad, ya que pone al descubierto su propia codicia. Habría que recordar entonces que Jesús no avala a quien «dice» pero «no hace» (Cf. Mt 7, 21-23). Un cristianismo sin una clara opción por los más débiles no es real ni universal. No se puede caer en una «generalidad» que ama sin implicarse o que no se involucra en las injusticias sociales. Dicho nuevamente, la comunión llama a tomar partido, ya que comunión con ausencia de praxis, es solo declamación.

Jesucristo, manifiesta que el Reino concierne a los pobres y esto conlleva la transformación de la condición de pobreza en vida digna. Las relaciones de solidaridad deben tomar partido por los pobres, por la transformación de su condición de penuria. La verdadera solidaridad, para no degenerar en paternalismo, debe buscar la solución de los problemas con ellos, no sin ellos. El pobre debe ser protagonista de su vida y su lucha. Asimismo, el que ayuda al pobre, debe transformarse, madurar, modificar actitudes, crecer. Modificando su corazón para permitir realmente la inclusión social, haciendo que el desamparado, llegue a ser, con el tiempo, un persona que puede llegar a su mismo nivel económico y social, o más.

Jesús nos enseña la ternura de un Dios cuyo amor es siempre particular y que opta por los pobres: los ciegos, los paralíticos, los leprosos, los sordos y los sin recursos (Cf. Lc 4,16-21). De un Dios que llega incluso a manifestar su presencia allí donde los pobres son evangelizados y promovidos (Cf. Mt 11, 5).

Antes de ir a regar las plantas de mi ventana, les dejo algunas preguntas por si quieren hacer una pequeña meditación. ¿Cuáles son mis actitudes solidarias? ¿Cómo puedo ser más solidario? ¿Los grupos a los que pertenezco llevan a cabo acciones solidarias? ¿Cuáles?

[1] Cf. VIDAL, Marciano. «Ética de la solidaridad» Moralia 55-56 (1992) 347-362; BRAUN, Rafael. «La solidaridad en la sociedad libre» Criterio 2205/6 (1997) 568-572; CARRAUD, V. «Solidarité ou les tradictions de l’idéologie» Communio 14 (1989) 195-198; PARENT, Remi. «Teología de la praxis de solidaridad» Moralia 55-56 (1992) 321-346; NITSCH, Th. «Social Catholicism: Birth and Tradition of Solidarism» Internacional Journal of Social Economics 15/9 (1988) 3-38; VIDAL, M. «La solidaridad: nueva frontera de la teología moral» Studia Moralia 23 (1985) 99-126; MACCISE, C. «Solidaridad», en Nuevo Diccionario de Espiritualidad. Madrid. 1983. 1329-1377.

[2] RORTY, R. Contingencia, ironía y solidaridad. Barcelona. 1991. 18.

Comentarios

La Tolerancia.[1]

Un enorme saludo a mis queridos cómplices de lecturas. En nuestro breve manual de ética hoy trataremos la última virtud, para luego pasar a otros temas. Esta vez, les comparto la tolerancia. Como siempre que se escribe, vamos a intentar hacer arte con las palabras

¿QUÉ ES LA TOLERANCIA?

La tolerancia se ha convertido en una de las virtudes más necesarias para la vida en común. Ella consiste en el sincero respeto de las convicciones ajenas cuando difieren de las nuestras. Veamos, todos tenemos cosas que son importantes, pero sucede con frecuencia que para otros no. O ese «valor» lo viven de otra manera. Aquí es donde aparece la tolerancia, que permite vivir en sociedad. En este aspecto, la tolerancia es una forma de manifestar el respeto hacia el otro que posee costumbres u opiniones diversas de las mías.

Avancemos, la tolerancia se opone a dos vicios opuestos: el fanatismo y la permisividad. La sociedad debe tener en claro que no se puede matar, agredir o discriminar a nadie por sus convicciones. Esto es innegociable. Al mismo tiempo, recordemos que tolerancia no quiere decir desinterés por la verdad, ni por las personas.

Un ideal de toda convivencia es la comunión, pero este valor es muy difícil de lograr. Los motivos de tal dificultad son: 1. Muchas cuestiones no son evidentes. 2. Todos tenemos demasiadas subjetividades dando vuelta. 3. Hay maneras de comportarse que chocan con otros. Por tanto, si lograr la comunión es muy arduo (honestamente, pocas veces la vi en mi vida), intentemos al menos ser tolerantes. Esta virtud, a la larga nos predispone a buscar la comunión y a una valiosa igualdad en los vínculos. Una cultura tolerante, a la larga concluye en una cultura que promueve la igualdad. Asimismo, nos ayuda en la búsqueda común de la verdad. Ahora bien, ¿La tolerancia tiene límites? Sí. ¿Cuál es? Si un discurso o una actividad atenta contra la dignidad humana, eso ya no tiene espacio en una sociedad sana.

Si miramos la historia, advertimos que la progresiva aceptación del principio de tolerancia ha permitido el surgimiento de la libertad de conciencia, de expresión y la libertad de estilos de vida. Frente a los muchos que la atacan, la defendemos ya ella ensancha los horizontes de la libertad.

¿Cómo se es tolerante? El tolerante no se enfurece, ni se «enferma», ni se mofa de las costumbres y convicciones ajenas. Por el contrario, la tolerancia nos lleva a ser considerados con los otros. Algo tan simple… y tan difícil. Conduce a ser discretos, a no «meterse» en la vida del prójimo, ya que nosotros no somos jueces de los otros.

LA INTOLERANCIA.

Ella genera «grietas». Palabra tan de moda. La intolerancia hace que cada grupo se vea como el único bueno. Les pongo un ejemplo de la política, pero podría tomarlo de muchos otros lugares. La derecha acusa a la izquierda de corrupción e hipocresía. Dicen defender al pueblo y les acusan de llenarse los bolsillos del dinero público. Sabemos que en muchos casos esto es verdad. Según el grado de violencia, acusan al «populacho» de la izquierda. A su vez, la izquierda incrimina a la derecha y a los liberales de corruptos que cometen negociados escudándose en el nombre de la eficiencia y la libertad. Que muchas veces también es cierto. Sería la corrupción de los «pulcros». Pero, a lo que vamos, es muy difícil que cada grupo combata o declare sus propias envilecimientos. O que vean la parte buena del otro.

Como vemos, cuando los grupos son intolerantes sólo buscan fagocitar al otro… o excluirlo. No hay intentos de inclusión o de integración en una diversidad. La intolerancia niega la alteridad o la empobrece. Hurta el sentido de alteridad. Es decir, no la quiere ya que desea que el otro se mimetice con uno. El intolerante enarbola discursos que pretende darle alcance universal. Como vemos, un mundo regido por la intolerancia es un mundo gobernado por el miedo y la prepotencia.

En el siglo XXI nos sorprende esta reaparición de grupos intolerantes, cuando pensábamos haber hecho progresos en materia de libertad religiosa, de democracia y de estilos de vida.

En mi vida he conocido gente muy intolerante, y después de un tiempo, francamente (y permítanme el humor), es mejor escucharlos roncar que hablar. Incluso esto es poco inteligente, ya que al empeñarse malamente en que todos piensen como él, suelen crear un efecto contrario. Cuando las personas se sienten presionadas o agredidas, menos modifican sus ideas. Y si a la intolerancia se suma la violencia, estas personas pueden terminar siendo «carne de presidio». Así que mejor, tomemos otro camino.

La tolerancia es una conducta ética deseable.

Es una virtud moral, pero con una fuerte base intelectual. Ya que es tolerante el que trata de «comprender» las razones de los demás. Requiere apertura mental, sin lugar a dudas.

La tolerancia produce en las personas disposición hacia la acogida, la hospitalidad. Nos hace capaz de recibir e incluir al extraño. Esa asimilación es activa en un doble sentido: en primer lugar, porque los sistemas tolerantes, con el fin de acoger y de aceptar al distinto, no temen reorganizarse y modificarse. Ésa es precisamente la diferencia entre la tolerancia y la simple capacidad de aguante. «Soportar» al otro es mantener al divergente en la periferia del sistema. Lo mismo ocurre con la indulgencia piadosa que deja al extranjero vivir o pasar, con la condición de que no afecte a la «integridad maciza» de quien se cree dueño de la verdad. En estos casos, la organización ejerce una intolerancia disimulada. Porque permanece inalterable y lejano frente distinto. Por eso digo que el que simplemente soporta o el que ignora al otro, no es tolerante.

La tolerancia se mide por la capacidad de escucha, e incluso de absorber, de asumir las ideas válidas que provienen de otras experiencias. Cuando hablo de tolerancia, en un sentido estricto, hago referencia a la capacidad de exponer, de arriesgar las propias ideas, frente a la eficacia de otras razones. Y si veo que el otro tiene mejores opciones que las mías, las asumo. Como ven, la tolerancia nos permite evolucionar.

Una sociedad tolerante es la que está interiormente dispuesto a acoger a sus miembros que proponen formas distintas de ser. Se los acepta, aunque en muchos casos uno no asuma sus costumbres. El nuevo grupo convive sin ser rechazado ni se le entorpece su funcionamiento. Esta tolerancia potencia la vida. Si me permiten que les comparta recuerdos. Les diría que generalmente me formé entre personas intolerantes. En mi ciudad natal, Luján, fui a un colegio de Hermanos Maristas. El clima reinante era de un cristianismo católico nacionalista, con poca capacidad para asumir la diversidad. Un poco esto lo contrapesaba mi madre que sin ser la tolerancia caminando, era más abierta de mente.

Motivos para ser tolerantes.

Se pueden señalar varios:
1) La dignidad de la persona humana. Este es el principal. Es indigno del ser humano ser forzado a creer o ser obligado a no creer. Es indigno forzar a la gente para que acepte tal o cual idea. El ser humano únicamente debe ser conducido por el honesto ejercicio de la persuasión y del diálogo respetuoso.

2) Muchos realidades son opinables p. ej. la política partidaria; los gustos y las preferencias Por tanto, no tiene sentido agredir al que tiene otra opción, hasta es ilógico sostenerlo. Por ej. Hay países donde las personas se golpean por pertenecer a un equipo de fútbol diferente. Pero la verdad es que si todo el mundo fuese de un solo equipo, se acabaría el fútbol. «Elemental, mi querido Watson».

3) La verdad es objetiva, pero los seres humanos tenemos sólo una parte de ella. Sumemos que muchas veces nos equivocamos en nuestros juicios o conceptos. Por tanto, las afirmaciones se deben proponer con gran humildad. Sostengo que la verdad es objetiva (aunque mucha gente no lo comparto, lamento desilusionarlos, pero es mi convicción). Ahora bien, el hombre la suele hallar progresiva y evolutivamente. La verdad se «da a luz» lentamente.

4) Se debe respetar la libertad humana.[2] Inclusive, cuando la persona objetivamente se equivoque o falla. Si bien el error no tiene derechos, la persona que yerra sí tiene derechos («el error no tiene derechos» era una frase bastante utilizada por la extrema derecha latinoamericana para tortura y matar personas). El diálogo inteligente y afectivo acerca más a la verdad que la prepotencia y la violencia. 5) Otro motivo a favor de la tolerancia es que la sociedad del siglo XXI es pluralista. Es un hecho que en un mismo lugar conviven gentes de muy diferentes costumbres. Por tanto… ¡la tolerancia nos ayuda a convivir! Antes de pasar al punto siguiente me preparo un café.

La tolerancia implica comprensión.

La tolerancia implica comprensión. Los individuos están unidos entre sí por múltiples relaciones: familia, barrio, educación, amistad, dependencias del trabajo y así sucesivamente. Pero cada persona tiene su propio centro, que refiere hacia sí sus experiencias y actividades. Asimismo, en cada cual actúan también fuerzas hostiles a la vida ajena, que hacen difícil la convivencia y aun la destruyen. Todos tenemos alguna área intolerante en nuestra vida. Es parte de nuestras «sombras».

Una manera de volver a sanar las relaciones es ser compresivos. De este modo se termina haciendo un juicio más benigno o menos malo del otro. Comprensión es la capacidad de percibir que detrás de un sentimiento que se muestra, detrás de una disposición de ánimo que se expresa, detrás de una acción, muchas veces suele haber otras cosas ocultas… y quizá otra más detrás de ésta.

La auténtica tolerancia comprensiva nos hace avanzar aún más. Por ejemplo, si alguien se pone brusco en un momento determinado, la comprensión significa ver cómo ese sentimiento encaja en el conjunto de su ser. Cuando una persona saturada de problemas se pone brusca porque no sabe cómo pedir ayuda, es diferente al violento que ejerce la fuerza para imponer su voluntad.

También se debe comprender su relación con el tiempo. ¿Por qué ése es tan asustadizo? Porque antes le hicieron daño… ¿Por qué es tan desconfiado? Porque le han engañado muchas veces… ¿De dónde le viene su dificultad de sentir el dolor ajeno? Ha encontrado en su vida poca comprensión. Por eso la comprensión significa reconocer cómo la hora actual procede de su historia.

Todo esto no es fácil y no se trata de cosas sencillas. Como me decía una vez un juez penal, un tanto exagerado, «si yo fuera tan comprensivo, nadie iría preso». No llevo el argumento a tal extremo. Pero sí que hay mucha gente que se ha criado o que vivió por años situaciones enfermizas. Y el pobre queda como queda. La tolerancia compresiva es muy curativa en esos casos. Pero esto implica que realmente me importe la gente y que le demos tiempo para que progresivamente puedan y quieran descubrirnos su misterio.

La tolerancia implica comprensión.

Los individuos están unidos entre sí por múltiples relaciones: familia, barrio, educación, amistad, dependencias del trabajo y así sucesivamente. Pero cada persona tiene su propio centro, que refiere hacia sí sus experiencias y actividades. Asimismo, en cada cual actúan también fuerzas hostiles a la vida ajena, que hacen difícil la convivencia y aun la destruyen. Todos tenemos alguna área intolerante en nuestra vida. Es parte de nuestras «sombras».

Una manera de volver a sanar las relaciones es ser compresivos. De este modo se termina haciendo un juicio más benigno o menos malo del otro. Comprensión es la capacidad de percibir que detrás de un sentimiento que se muestra, detrás de una disposición de ánimo que se expresa, detrás de una acción, muchas veces suele haber otras cosas ocultas… y quizá otra más detrás de ésta.

La auténtica tolerancia comprensiva nos hace avanzar aún más. Por ejemplo, si alguien se pone brusco en un momento determinado, la comprensión significa ver cómo ese sentimiento encaja en el conjunto de su ser. Cuando una persona saturada de problemas se pone brusca porque no sabe cómo pedir ayuda, es diferente al violento que ejerce la fuerza para imponer su voluntad.

También se debe comprender su relación con el tiempo. ¿Por qué ése es tan asustadizo? Porque antes le hicieron daño… ¿Por qué es tan desconfiado? Porque le han engañado muchas veces… ¿De dónde le viene su dificultad de sentir el dolor ajeno? Ha encontrado en su vida poca comprensión. Por eso la comprensión significa reconocer cómo la hora actual procede de su historia.

Todo esto no es fácil y no se trata de cosas sencillas. Como me decía una vez un juez penal, un tanto exagerado, «si yo fuera tan comprensivo, nadie iría preso». No llevo el argumento a tal extremo. Pero sí que hay mucha gente que se ha criado o que vivió por años situaciones enfermizas. Y el pobre queda como queda. La tolerancia compresiva es muy curativa en esos casos. Pero esto implica que realmente me importe la gente y que le demos tiempo para que progresivamente puedan y quieran descubrirnos su misterio.

 

 

TOLERANCIA POLÍTICA E IDEOLÓGICA.

Sería ingenuo pensar que la intolerancia se agota en el terreno religioso. El fanatismo política ha producido «montañas» de muertos, de torturados, de encarcelados, de calumniados; ha financiado campañas electorales sustrayendo fondos públicos destinados a otros fines; ha promovido fraudes electorales sin que se les caiga un pelo. Ha llenado de odio a millones de seres humanos. Evidentemente, que esto se ha desarrollado con distintas intensidades en diversas épocas y lugares. Pero no ha desaparecido. ¡Si les contara…! Creo que la política se vuelve intolerante especialmente si detrás está el amor al poder y al dinero (igual que la intolerancia religiosa). Si hacemos una análisis histórico vemos que en esta postura sectaria alguna vez (o muchas), han caído los partidos de derecha, de izquierda y los liberales… en esta área, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Todos podemos mejorar.

Recordemos que el pluralismo político es la base de la democracia, y justamente, la tolerancia es el clima favorable para que se dé honestamente. Además muchachos, diversidad política no significa odio político. Diversos pero no adversarios. Se debe buscar un pluralismo real construido sobre igualdad de oportunidades. Sino se caería en la formalidad de aquellos países donde los partidos que más dinero tienen, son prácticamente los únicos que aparecen y manejan los MCS.

Lo cierto es que los seres humanos tenemos la tendencia a ver como aberrante que se mate o torture a los que son de nuestro bando. Y se tiende a minimizar, justificar u ocultar los males cometidos por el propio grupo. Lo que debe quedar bien en claro es que la tortura, la manipulación, el terrorismo, la represión ilegal es mala la cometa el grupo que sea (derecha, izquierda, capitalismo, creyentes, ateos, etc.). La sociedad toda debe condenar estas prácticas, puesto que ya es hora de que dichos delitos formen parte de una condena pre-ideológica: toda persona debe considerar delictivas e inmorales estos métodos.

A veces captamos intolerancias entre regiones de un mismo país. Intolerancia entre países. Que cada tanto rebrotan. Es evidente que la tolerancia exige cierta autocrítica. Vaya aquí un sentido homenaje a los millares de políticos que han sabido poner tolerancia y justicia en sus gobiernos. Ellos hacen lo que llamaríamos «la buena política».

Como siempre, antes de concluir hagamos algunas preguntas: ¿Me crie con personas tolerantes o intolerantes? ¿En qué áreas soy un poco más intolerante? ¿Cuál es mi aporte para lograr familias, asociaciones y países más tolerantes?

[1] Cf. AAVV. La Tolerancia. Madrid. Cátedra. 1993; CAMPS, Victoria. Virtudes Públicas. Madrid. Espasa Calpe. 1990. 73-90. MARCUSE, Herbert «La tolleranza repressiva», en WOLFF, MOORE, MARCUSE, Critica della tolleranza. Turín. Einaudi.1968; GUARDINI, Romano. Una ética para nuestro tiempo. Madrid. Cristiandad. 3° edición. 1982. 114-123.

[2] Si me permiten, en esta nota quisiera compartirles un simple resumen que hice del breve tratado Sobre la libertad (1859) de John Stuart Mill (1806-1873). Es una entusiasta de­fensa de la libertad individual. Proteger las libertades indi­viduales significa proteger al individuo de las intervenciones y opresiones de la sociedad. La pri­mera y fundamental libertad es la de conciencia y expresión. Es el derecho a no estar obligado a pensar y sentir como la mayoría o según la opinión dominante. Stuart Mill sostiene que la individualidad es un valor, es básica para el bienestar. Por tanto se debe proteger y promover. El ámbito de la liber­tad humana está constituido por aquel dominio que afecta a cada uno más directamente. Estas áreas son: 1) Pensar y expresarse. Esto lleva a la libertad de opinión (política, científica, moral, teológica). 2) Libertad de gustos y de formas de vida. Para organizarse a cada uno como le plazca, sin que nadie tenga derecho a censurar los gustos pri­vados. 3) Liber­tad para unirse a otros con el fin que sea. En resumen, la libertad de conciencia se materializa en la libertad de expresión y de opinión. Ésta da lugar a la libertad de gustos y formas de vida; la cual se extiende a la libertad de reunión o asociación. El límite que establece Stuart Mill es el daño que puede derivarse a otros de tal derecho. En caso de daños a terceros, la autoridad debe actuar.

[3] Cf. El cristianismo y su vínculo con la paz, los derechos humanos y la ecología. Bs. As. Editorial GRAM. 2015.

[4] Cf. Cartas sobre la tolerancia. Gouda. Holanda. 1689. Tra­ducción castellana. Grijalbo. Barcelona. 1975.

Comentarios

1 Pueblo de Dios

FUNDAMENTACIÓN BÍBLICA DE LA MORAL SOCIAL.

Hola a todos. Vamos a analizar algunos aspectos de la Moral Social en la Sagrada Escritura. Como pueden comprender este es un tema enorme, del cual sólo tomaremos ciertos puntos. El resto, ustedes lo pueden completar con otros libros, artículos y conferencias bíblicas. Como corresponde, empezaremos analizando lo social en el Antiguo Testamento. Comencemos.
LO SOCIAL EN EL ANTIGUO TESTAMENTO. Justicia y distribución de bienes. Logros y fracasos. Debemos señalar que el proyecto divino sobre el Pueblo elegido era que fuese un pueblo igualitario y fraterno. Esto se manifiesta desde los orígenes de su sedentarización donde se señala que la tierra es un regalo de Dios, la cual se entrega a todo el pueblo de forma global, para luego ser repartida entre las diversas tribus (Cf. Jos 13, 6-7). Ustedes saben, que al escribir esto siempre me quedaba sin resolver la cuestión de los derechos de los antiguos pobladores de esa tierra que fueron violentamente combatidos por los judíos. Pero una clave a tener en cuenta es que el libro de Josué no es un relato estrictamente histórico (¡gracias a Dios!), por ende difícilmente se hayan dado los combates que se describen. Por tanto, lo que en primer lugar se quiere resaltar, es que si se es fiel a Dios, Él dará los bienes necesarios con relativa facilidad. Esto dicho dentro un contexto cultural que es bien diverso del nuestro. Y un segundo elemento, notemos que el Pueblo de Dios, de alguna manera volvió a una tierra que en parte era suya. La primera posesión sobre aquel trozo de tierra, la pagó un antepasado. ¿Quien? Nada menos que el patriarca Abrahán. Lo hizo para poder enterrar a su esposa. Enterrar a alguien, en esa época y lugar, aunque les parezca raro, daba derecho de ciudadanía. Sepultar a alguien te hacía titular de una tierra y por ende, ciudadano. Incluso, Abraham debió pagar una suma considerable: 400 siclos de plata (Cf. Gn 23). Más allá de lo estrictamente histórico de estos relatos, cosa que está en discusión, si lo quieren ver así, ese fue uno de los argumentos para tener derecho a esa tierra. Sea como sea, a la vuelta de Egipto, se reparte a cada familia una parcela de tierra para que pueda trabajar con honradez y vivir dignamente. En la propiedad doméstica se encontraba frecuentemente la tumba de la familia (Cf. Jos 24, 29-33). La propiedad se limitaba con mojones que la ley prohibía cambiar de lugar (Cf. Dt 19,14). Este tipo de distribución de tierras buscaba que los vínculos familiares se estrecharan, porque uno estaba ligado con los otros en la parcela que se había recibido de los padres.
2 Pueblo feliz

De la sucesión familiar tenemos algunos datos: en los tiempos más antiguos, la tierra no se repartía con los otros bienes, sino que se dejaba al hijo primogénito, para que permaneciese indivisa. Cuando no había hijos varones, la tierra pasaba a las hijas (Cf. Nm 27,7-9), pero con la obligación de que se casaran dentro de la misma tribu (Cf. Nm 36,6-9). En el caso de que el propietario muriera sin hijos, la tierra pasaba a sus hermanos o parientes más próximos (Cf. Nm 27,10-11). Como vemos, es claro que la legislación buscaba que la propiedad quedara dentro de la familia, reconociendo un claro derecho sucesorio. Con esta serie de normas, propias de esa época, se trataba de proponer un ideal social del Pueblo de Dios: que cada familia tuviera su tierra y que disfrutara de ella pacíficamente, buscando que los bienes paternos no fuesen vendidos o, por lo menos, que no saliesen de la tribu. Este primer reparto llevó a que en los primeros tiempos de la sedentarización, hubiera una población bastante homogénea en lo económico. Esta igualdad de base no obstaculizaba que algunos multiplicaran lícitamente su patrimonio (Cf. 1 Sam 25,2-3). Por ejemplo, porque trabajaban más, ahorraban en mayor medida, buscaban mejorar su producción, etc.
Había ocasiones en que la pobreza o las deudas podían obligar a una persona a vender su patrimonio. Era una de las circunstancias más dolorosas a las que tuviera que enfrentarse un miembro del Pueblo elegido. Por ello, la ley establecía el deber del GO’EL, es decir, del rescatador (Cf. Lev. 25, 25). Éste compraba la tierra que su pariente próximo se vio obligado a vender. Tenemos los ejemplos de Jeremías comprando el campo de su primo Hanameel (Cf. Jer 32,6-9); y de Booz comprando la tierra de Elimélec (Cf. Rut 4, 3-4).

Aunque no se trataba estrictamente de restituir el bien al que lo perdió, esta ley garantizaba la permanencia de la propiedad en la misma tribu.
La situación de relativa igualdad se ejemplifica en el origen de los primeros reyes de Israel: Saúl y David. Ambos proceden de familias con una economía afianzada, pero sujetas al trabajo rural. Por ejemplo, Saúl es descrito como miembro de una familia de buena posición que realizaba tareas rurales, de este modo va a buscar unas asnas perdidas junto con sus criados (Cf. 1 Sam 9,1-4). También aparece cultivando por sí mismo el campo (Cf. 1 Sam 11,5). David pertenecía a una familia con patrimonio pero más modesta que la de Saúl. Su actividad ordinaria era pastorear el rebaño de su familia (Cf. 1 Sam 16,1; 17,20).
Ahora bien, puede señalarse que la misma institución de la monarquía que comenzó con Saúl, fue estableciendo una progresiva desigualdad social. Incluso con David comienzan a darse los reyes ciertos gustos faraónicos. Notemos que los pueblos vecinos de Israel tenían una forma de tenencia de la propiedad que propiciaba la acumulación de bienes en manos del rey, los cortesanos de mayor jerarquía, los militares y los grandes comerciantes. Como ven esto no ha cambiado demasiado, aunque se modifiquen algunos oficios. También es cierto, que habitualmente lo malo se pega pronto.
Esta modalidad de propiedad era mucho más radicalizada en Egipto donde toda la tierra pertenecía al faraón o a los templos (Cf. Gn 47, 20-26). El faraón poseía, por tanto, bienes de forma desorbitante.
Salvo excepciones, el poder busca privilegios. De modo que los reyes después de Salomón agudizaron la desigualdad social. Esta se deba, en parte, porque las instituciones monárquicas habían hecho surgir una clase de funcionarios que abusaban de su administración y de los favores del rey.

Si seguimos la historia vemos que había un crecimiento de las necesidades populares debido al proceso de urbanización. Una mala manera de resolverlo era a través del préstamo usurario (Cf. Ez 22,12). De modo que ya para el siglo VIII a C., había una diferenciación social muy marcada. Todo lo contrario al sueño igualitario de los comienzos. Diferencia que se deba entre los grandes propietarios de bienes y tierras vs los grupos de pobres y débiles, los cuales eran los más numerosos. Esta evolución económica aceleró la desmembración de los bienes familiares y la aparición de ricos propietarios cada vez más poderosos. Surge en la sociedad israelita el latifundio y, con él, la explotación de esclavos y de asalariados a los que se les pagaba poco con el afán de acumular a través de ellos.
Destaquemos que buena parte de la prédica de los profetas posteriores al siglo VIII se dirige a la alarmante situación económico social. Ya que, dentro del Pueblo elegido se daba la situación de que había pocos ricos y muchos pobres. En esta situación ven una “vuelta” a Egipto. Con la diferencia de que ahora los aprovechadores no son los extranjeros, sino que se explotan entre ellos mismos.
De este modo, el profeta Isaías pide a las personas que no se cierren ante el prójimo. El “otro” no es para explotar, porque todo semejante es “propia carne” al que hay que querer.
Leamos Isaías 58, 3-7: “En el día mismo que ayunan hacen todo cuanto se les antoja y explotan a todos sus obreros. Ayunan entre pleitos y agarradas, hiriendo con puñetazos a otros sin piedad. No ayunen como hasta hoy día, si quieren que se oigan sus oraciones.
¿El ayuno que yo aprecio consiste acaso en que un hombre mortifique por un día su alma o que incline la cabeza como un junco o se tienda sobre un saco y se tire ceniza?… El ayuno que yo estimo es que deshagas los injustos contratos, que canceles los compromisos que oprimen, que dejes en libertad a los débiles y acabes con todas los avasallamientos. Que compartas tu pan con el hambriento; que a los pobres y a los que no tienen hogar los acojas en tu casa; que vistas al que veas desnudo y no desprecies tu propia carne o tu prójimo”.


Los profetas frecuentemente denunciaron estas actitudes (Cf. Os 8,14; Am 3, 15). Son condenadas con aspereza en la literatura profética la avaricia así como las grandes acumulaciones de bienes, que se vinculaban a ciertas injusticias. Isaías 5,8: “¡Ay de los que adquieren casas y más casas y agregan campos a sus campos hasta no dejar sitio a nadie y quedar como los únicos habitantes!” Miqueas 2,2. “Codician campos y los usurpan con violencia. Invaden las casas, calumnian a los cabezas de familia para apoderarse de su vivienda; y de aquel otro para adueñarse de su hacienda”. La profecía es una clara referencia de que la persona religiosa debe ser justa y solidaria. Ese es su compromiso. Señalan que el Plan de Dios no es la desigualdad injusta ni la exclusión. Escuchar la Palabra de Dios debe llevarnos a ser coherentes en lo social. Pero hay que atreverse. Recuerdo que cuando daba clase en la UCA tuve varios alumnos y alumnas que provenían de familias que explotaban a la gente y encima querían que se los tratasen como si fueran prohombres, padres de la patria o Malala Yousafzai.
Antes de terminar este artículo, tuve que hacer unos trámites por la ciudad de París. Paré a tomar un café en Le Petit Lecurbe, donde el mozo me atendió haciendo una mueca. Bueno, para finalizar e internalizar este tema les dejo una preguntas.
1. ¿Soy justo en mis relaciones económicas con los demás (desde mi familia hasta lo laboral)? 2. ¿Trabajo por una sociedad más inclusiva? ¿Cómo lo demuestro? 3. ¿Sé moderar mi deseo de bienes materiales, sabiendo que los otros también necesitan? 4. En estos tiempos conflictivos en lo social ¿Trato de seguir las inspiraciones de los profetas citados? 5. Enumera cuatro elementos que debiera tener hoy un gobierno exitoso.

[1]  Cf. GALINDO, Ángel. Moral Socioeconómica. Madrid. BAC. 1996. 27-41; VIDAL, Marciano. Moral de Actitudes. Tomo III: Moral Social. Madrid. P. S. 1980. 195-207; CAMACHO, Idelfonso-RINCÓN, Raimundo- HIGUERA, Gonzalo. Praxis Cristiana. Tomo III. Madrid. Paulinas. 1986. 17-54.

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